Una o mil copas, la diferencia no se nota.

''Pocilga'' Único adjetivo que iba preciso a aquel lugar, el bar estaba algo retirado del centro, y ahora entiendo el porqué. la luz de la tarde iluminaba levemente aquel cuarto obscuro, apenas se podía ver los rostros de un par de personas que se encontraban tomando, con pinta de matones no me quitaban la vista de encima, de seguro llamo la atención no solo por ser la única mujer en aquel basurero, si no por llevar tremendo escote y abertura en mis faldas.
Tomé asiento en la barra y con voz ruda y demandante me dirigí al cantinero —Quiero una cerveza helada— Exigí, mi presupuesto no daba para mas, si quería embriagarme debía hacerlo en cantidad...
En mis pensamientos me lamentaba de lo triste de mi existencia, y de lo insignificante que seria mi muerte en un instante como este...

"El atardecer... el sol muere en el horizonte, dejando como legado aquellos último rayos de sol en su lecho de muerte. Vencido por la imponente luna y su manto de obscuridad, que reinante se posa en su trono en el estrellado firmamento.

Entre el polvo de la desolada calle acompañando sus paso, la figura de aquél hombre se divisó por la puerta del bar."


Entré sin más, como de costumbre observando a aquellos que me rodeaban. En la penumbra de aquel pequeño bar, tan solo unas enemistadas miradas se posaban en mí, que más podía esperar?

Me adentré silencioso en la tienda, resguardado por mi pesado sobretodo que ocultaba parte de mi rostro. De fondo el murmullo sigiloso de los clientes que dejaban resonar el chocar de los cristales fajinados por el tendero. Sin perder el rumbo me dejé caer pesadamente sobre una de las banquetas dispuestas frente a la barra que atravesaba la cantina.

-Un Jonnie Walker doble Etiqueta Negra... y sin hielo, por favor- dije sin más en cuanto el tendero posó su vista en mí. El viejo asintió y afrente a mí posó un vaso bajo de whisky, el medidor, y la larga y negra botella de letras doradas. Sirvió en silencio el añejo licor, para luego retirarse nuevamente a su labor. Hurgué en el bolsillo de mi chaqueta en busca de la vieja cigarrera de plata, dando con ella y los últimos tres cigarros que me quedaban. Tomé en mano uno para llevarlo a mis labios y con el encendedor labrado, darle la primera y profunda pitada.

Era una noche aburrida, como tantas otras. Una leve melodía sonaba de fondo. El sonido de los apostadores de la mesa de junto entretenía mis oídos. Las copas que tocaba las mesas, las cartas barajadas, el humo de los cigarros y habanos. Una típica cantina de hombres. Pero algo acaparó mi atención.

Una joven se sentaba no muy lejos de mí. De rojiza cabellera, interesantes curvas y pronunciado escote, esperaba por su bebida. La observé por un instante, y al ver al cantinero tomar en manos un chop de cerveza, le detuve.

-Cantinero... Sírvale a la dama lo que ella guste, yo invito- ni levanté la mirada de mi vaso, llevándomelo a los labios para dar un buen sorbo. -El sabor de un buen whisky es incomparable, pero es mejor en buena compañía, no lo cree así?- comenté sin demostrar mucha importancia.